El Lazarillo de Tormes Siguiente →
Después de esto, asenté con un maestro de pintar panderos, para molerle los colores, y también sufrí mil males.
Los aguadores acarreaban agua desde el río hasta la ciudad en unos cántaros en burro.
El capéllán daba misa en una de las capillas de la catedral. Era irregular que fuese propietario de un asno y cántaros y subcontratase a Lázaro como aguador.
Siendo ya en este tiempo buen mozuelo, entrando un día en la iglesia mayor, un capellán de ella me recibió por suyo, y púsome en poder un asno y cuatro cántaros y un azote, y comencé a echar agua por la ciudad. Éste fue el primer escalón que yo subí para venir a alcanzar buena vida, porque mi boca era medida. Daba cada día a mi amo treinta maravedís ganados, y los sábados ganaba para mí, y todo lo demás, entre semana, de treinta maravedís y me quedaba con todo lo que pasase de treinta maravedís diarios.
Compré un jubón de fustán
Fueme tan bien en el oficio que, al cabo de cuatro años que lo usé, con poner en la ganancia buen recaudo, ahorré para vestirme muy honradamente de la ropa vieja, de la cual compré un jubón de fustán viejo, y un sayo raído de manga trenzada y puerta, y una capa que había sido frisada, y una espada de las viejas primeras de Cuéllar. Desque me vi en hábito de hombre de bien, dije a mi amo se tomase su asno, que no quería más seguir aquel oficio.
Un jubón de fustán viejo, y un sayo raído de manga trenzada y puerta, y una capa que había sido frisada, y una espada