El Lazarillo de Tormes Siguiente →
-Señores -dije yo-, lo que este mi amo tiene, según él me dijo, es un muy buen solar de casas y un palomar derribado.
-Bien está -dicen ellos-; por poco que eso valga, hay para nos entregar de la deuda. ¿Y a qué parte de la ciudad tiene eso? -me preguntaron.
-En su tierra -les respondí.
-Por Dios, que está bueno el negocio -dijeron ellos-. ¿Y adónde es su tierra?
-De Castilla la Vieja me dijo él que era -le dije.
Riéronse mucho el alguacil y el escribano, diciendo:
-Bastante relación es ésta para cobrar vuestra deuda, aunque mejor fuese.
Las vecinas, que estaban presentes, dijeron:
-Señores, éste es un niño inocente y ha pocos días que está con ese escudero y no sabe de él más que vuestras mercedes; sino cuanto el pecadorcico se llega aquí a nuestra casa, y le damos de comer lo que podemos por amor de Dios, y a las noches se iba a dormir con él.
Los alguaciles eran agentes de la justicia, se ocupaban de hacer cumplir las leyes por orden del juez que era el alcalde, solían ir siempre acompañados de escribanos, que daban fe de sus actos.
También podían contratar corchetes, también llamados hombre de justicia o porquerones, que prendían a los delincuentes y malhechores y los llevaban a la cárcel.
En el capítulo siguiente el alguacil estaba asignado al comisario o buldero.
Lázaro se emplea de corchete con un alguacil más adelante.
Vista mi inocencia, dejáronme, dándome por libre. Y el alguacil y el escribano piden al hombre y a la mujer sus derechos. Sobre lo cual tuvieron gran contienda y ruido, porque ellos alegaron no ser obligados a pagar, pues no había de qué ni se hacía el embargo. Los otros decían que habían dejado de ir a otro negocio, que les importaba más, por venir a aquél.
Finalmente, después de dadas muchas voces, al cabo carga un porquerón con el viejo alfamar de la vieja, aunque no iba muy cargado, allá van todos cinco dando voces. No sé en qué paró. Creo yo que el pecador alfamar pagara por todos. Y bien se empleaba, pues el tiempo que había de reposar y descansar de los trabajos pasados, se andaba alquilando.
Así, como he contado, me dejó mi pobre tercero amo, do acabé de conocer mi ruin dicha, pues, señalándose todo lo que podía contra mí, hacía mis negocios tan al revés, que los amos, que suelen ser dejados de los mozos, en mí no fuese así, mas que mi amo me dejase y huyese de mí.
Creo yo que el pecador alfamar pagara por todos.