El Lazarillo de Tormes Siguiente →
Las bulas eran documentos que vendía la Iglesia para pagar la construcción de iglesias, hospitales y colegios o para financiar guerras santas (Cruzadas).
Las bulas podían ser indulgencias, que perdonaban pecados a quien las compraba, o dispensas, que permitían no cumplir con algunas obligaciones, como ayunar en Cuaresma.
Los agentes encargados por la Iglesia para vender las bulas se llamaban bulderos o comisarios.
Estos comisarios ganaban más dinero cuantas más bulas vendían. Por ello hubo muchos abusos, ya que usaban cualquier medio para vender. También hubo muchos falsificadores de bulas llamados falsarios.
En el quinto por mi ventura di, que fue un buldero, el más desenvuelto y desvergonzado, y el mayor echador de ellas que jamás yo vi ni ver espero, ni pienso nadie vio, porque tenía y buscaba modos y maneras y muy sutiles invenciones.
Una lechuga murciana...
En entrando en los lugares do habían de presentar la bula, primero presentaba a los clérigos o curas algunas cosillas, no tampoco de mucho valor ni sustancia: una lechuga murciana, si era por el tiempo, un par de limas o naranjas, un melocotón, un par de duraznos, cada sendas peras verdiñales. Así procuraba tenerlos propicios, porque favoreciesen su negocio y llamasen sus feligreses a tomar la bula. Ofreciéndosele a él las gracias, informábase de la suficiencia de ellos. Si decían que entendían, no hablaba palabra en latín por no dar tropezón; mas aprovechábase de un gentil y bien cortado romance y desenvoltísima lengua. Y si sabía que los dichos clérigos eran de los reverendos, digo que más con dineros que con letras y con reverendas se ordenan, hacíase entre ellos un santo Tomás, y hablaba dos horas en latín, a lo menos que lo parecía, aunque no lo era.
Hablaba dos horas en latín, a lo menos que lo parecía, aunque no lo era.